Los
paraguas son unos de los seres más olvidados de la Creación. Nos los
olvidamos en todas partes. Uno entra en una boutique, una mercería o un
spa, y cuando sale, el paraguas se queda allí.
Te olvidas uno, pero Fermín, el relojero, se olvida otro; Cosme, el
vendedor de arenques, otro; Raúl, el foniatra, otro… ¿Qué hacen en las
tiendas con todos esos paraguas al final del día? ¿Una hoguera? ¿Los
mandan a África? Sería una chorrada, porque allí no llueve.
Yo creo que se los quedan. Así la dueña de la mercería se hace un
remanente de paraguas para poder ir a la relojería y dejarse allí uno,
otro en pompas fúnebres, otro en la pescadería, otro en el foniatra… Y
así, los paraguas van de mano en mano. Sólo hay una tienda en la que no
nos olvidamos el paraguas jamás: la tienda de paraguas. Es que allí
nadie entra. En el mundo ya hay los paraguas necesarios y van de mano en
mano.
Hoy en día nadie entra en una tienda de paraguas gracias a los
chinos, que son unos señores bajitos con jersey a quienes, cuando
empieza a llover, se les llenan las manos de paraguas. Las gotas saltan
de las nubes y, antes de que se estrellen contra el suelo, ya han salido
de la nada un montón de chinos vendiendo paraguas. ¿Cómo predicen el
tiempo estos tíos? Para mí que tienen un infiltrado en el Instituto
Meteorológico que les da el chivatazo. Lo que pasa es que los paraguas
de los chinos valen sólo para un chubasco. De hecho, el chino que te
vende el paraguas está con un racimo de paraguas en cada brazo… ¡y no
está usando ninguno, se está empapando! Dice muy poco a favor de un
paraguas que el que lo vende prefiera mojarse a abrir uno. ¿Qué pasa?,
¿que si se mojan se estropean? Claro, tienen un sensor que detecta la
última gota del chubasco y luego se autodestruyen.
Está claro que, más o menos, todos sabemos lo que es un paraguas.
También está claro que el Ministerio de Educación y Cultura no ha hecho
nada para ello. Cada uno sabe lo que ha podido aprender por su cuenta.
Sabemos que un paraguas es una de las pocas cosas que, cuando te lo
regalan, no es sorpresa. No hace falta abrir el paquete para saber lo
que es. Sabemos que son seres anfibios como las ranas y los garbanzos. A
veces están en el agua y a veces están en los paragüeros que son unos
sitios horribles y llenos de pájaros (por eso la gente habla de los
“pájaros de par-agüero”…).
Sabemos que los paraguas son miedosos, y después de sacarlos, si los
dejas solos en una pared, se hacen pis y dejan un charquito. Te dan
ganas de pegarles con un periódico enrollado para que no lo vuelvan a
hacer. Esto es lo que todo el mundo sabe de los paraguas, pero, ¿y lo
que nadie sabe?
El origen de los paraguas es horrible, una aberración a ojos de Dios.
El paraguas es el fruto impuro de un amor prohibido, y por mucho que el
Ministerio de Educación y Cultura haya querido ocultarlo, ha de saberse
que el paraguas es el hijo bastardo de un bastón y un murciélago. De su
padre, el bastón, han heredado la forma y la mala leche. De su madre,
la murciélago, han heredado la capacidad de desplegarse, la idea de
dormir colgados y la ceguera, por eso intentan sacarnos los ojos
constantemente, para ponérselos ellos y poder ver.
La mala leche heredada del bastón es contagiosa como la peste
bubónica, y la persona que porta un paraguas desarrolla una fatal mezcla
de ceguera y egoísmo. Es una pena, pero en cuanto tenemos un paraguas
en la mano nos hacemos peores personas. Hay gente con paraguas que
camina bajo el alero de los edificios para no mojarse, tú vas de frente,
sin nada con qué cobijarte, ¡y hacen como que no te ven, no se apartan!
Deben de tener miedo de que se les moje le paraguas.
El paraguas no se puede compartir, sólo cabe una persona y media. Si
lo intentas compartir, el que no es propietario del paraguas se queda
medio afuera y acaba pingando. El paraguas no es solidario, en las
congregaciones de mucha gente el agua que a ti no te moja no desparece,
cae por los carrilillos del paraguas y moja a la gente de alrededor que
no tiene paraguas. En una congregación de cien personas de las cuales
setenta tienen paraguas, los treinta restantes se tienen que repartir
entre ellos el agua de los cien. Hacen que nos volvamos egoístas, que
sólo pensemos en nosotros y que nos olvidemos de todo lo demás.
Pero los paraguas son veneno y antídoto, porque nos olvidamos de todo
hasta tal punto que nos olvidamos de ellos, nos los dejamos en una
relojería, en la mercería o en el spa y volvemos a ser personas
decentes, dejando a otra persona que disfrute de ser mala persona
durante el ratito que pueda tener nuestro paraguas.